Cabecera La Mirada Fotográfica

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viernes, 10 de octubre de 2014

Andrea Bruce


En los últimos años se ha ido incrementando el número de mujeres que prefieren estar detrás de la cámara en lugar de delante, sin embargo hay muy pocas que se atrevan a aventurarse en el terreno de la fotografía de conflictos. Es algo lógico, pues a los múltiples peligros de la profesión, hay que sumarle los inherentes de la propia condición femenina. Sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de tales conflictos suelen desarrollarse en países musulmanes, en los que el papel de la mujer es secundario porque se les considera y trata como un sexo débil que necesita de la supervisión, protección y dominio del hombre sobre ella, y por tanto no les está permitido ejercer la mayoría de los trabajos comunes en el mundo occidental. Y si hay una persona que sabe muy bien de lo que estoy hablando es sin duda alguna Andrea Bruce. 

Bruce es una periodista freelance que durante años ha estado trabajando en algunos de los lugares más peligrosos del planeta. Afganistan e Irak han sido algunas de sus bases de operaciones, aunque no las únicas. Nacida en los Estados Unidos en 1973, confiesa que cuando decidió ser fotógrafa no pensó ni por un momento que iba dedicarse a cubrir guerras. Fueron los atentados del 11S, los que la llevaron a tomar dicha determinación. Al igual que ella, muchos fotógrafos de su generación tomaron el mismo camino por idéntico motivo.  Y al igual que a ella, a esos compañeros les ha costado una parte de su vida, a algunos la vida entera. 

Andrea Bruce comenzó su andadura periodística en Irak, en el año 2003, trabajando para el Washington Post. Durante un año, mientras fotografiaba los bombardeos y destrozos de la guerra entrevistó al menos a treinta prostitutas, hasta que finalmente encontró una que estuvo dispuesta a ayudarla y a permitir que fotografiara su vida y su entorno. Lo que pretendía Andrea era mostrar la cara humana del proceso de deterioro que sufren los pueblos cuando se hayan ante un conflicto de este tipo y como en general es la población civil y sobre todo los niños y las mujeres quienes padecen la peor parte de las tragedias que allí ocurren. “Halla”, se convirtió en su mejor amiga allí, y ambas intentaron enseñarle al resto del mundo la dureza de la vida de las prostitutas, mujeres que en muchos casos al haber perdido a sus esposos por causa de la guerra y sin otros medios de vida se ven obligadas a ejercer ese oficio para poder alimentar a sus hijos.

Este reportaje y algunos otros realizados a lo largo de los ocho años que formó parte de la plantilla de reporteros del diario The Washington Post, en donde escribía una columna semanal llamada "Unseen Irak", le han servido para que fuera nombrada Fotógrafo del Año en cuatro ocasiones por la Asociación de Fotógrafos de Noticias de la Casa Blanca,  y también para ganar el prestigioso premio John Faber por mejor reportaje fotográfico del extranjero desde el Overseas Press Club. Sin embargo ella ha declarado que en muchas ocasiones siente que ha fracasado,  ya que no cree que ninguna de las fotografías que ha realizado sirva para describir fielmente lo que ocurre en esos lugares y tampoco para concienciar a la gente de que no debería ocurrir. 

El hecho de que además haya tratado de mostrar la crudeza de la guerra tanto para los habitantes del país en conflicto como para los militares americanos o de otros países que han intervenido en ella, le ha costado a veces críticas por ambos lados. Se le ha acusado de realizar fotos únicamente para vender periódicos y su trabajo no siempre es fácil de entender. Su propia madre le comentó en una ocasión: “Sé que esto está sucediendo, pero para ser honesta, no quiero verlo.” Sin embargo y a pesar de todo ella aún cree que lo que hace es importante y por ello no ha dudado en arriesgar su vida en más de una ocasión. Ha sido amenazada, abofeteada y asediada. Incluso en una ocasión estuvo a punto de ser linchada por una multitud, cuando tras el estallido de un coche bomba su compañero y ella empezaron a tomar fotografías de la terrible escena que allí se desarrollaba. Antes de que pudiera darse cuenta un hombre la levantó del suelo y le clavo contra la pared y acto seguido más de cincuenta personas se arremolinaron alrededor de ella gritando e increpándola con piedras en la mano. Afortunadamente el reportero que la acompañaba hablaba árabe y empezó a gritar: “Ella es mi esposa, ella es mi esposa. Tienen que respetarla.” Poco a poco la multitud se fue calmando y tras mucho hablar les dejaron marcharse. Posiblemente ese haya sido el peor momento de su vida. 

La vida de un reportero de guerra conlleva un desgaste y un alto coste personal, muchos acaban divorciándose. A Andrea le ocurrió un año después de empezar su labor en Irak. También siente que ha cambiado tanto que le resulta difícil estar en su país, no porque no le guste, sino porque de algún modo siente que no encaja, que su vida es otra. Así que reparte su tiempo entre Estados Unidos y Afganistán, en donde reside habitualmente. Actualmente trabaja para la Agencia Noor. 







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